Exploradores urbanos #1: Miru Kim



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Comenzamos un hilo dedicado a los exploradores urbanos, colectivos de artistas y activistas sociales que recorren los espacios en sombra de la ciudad (ruinas, zonas abandonadas, instalaciones urbanas ocultas, edificios vacíos...) como territorios de experimentación cognitiva que desvelan las particularidades de nuestra relación con el espacio humano.

Una de las representantes más reconocidas de esta línea de investigación en el mainstream artístico es Miru Kim, fotógrafa de origen coreano afincada en Nueva York, cuyo trabajo retrata su cuerpo desnudo en lugares inexplorados u ocultos como estaciones de tren abandonadas, granjas de animales, centrales eléctricas en desuso... Siendo una de las niñas mimadas de los coleccionistas, su obra sin embargo adolece de una concepción quizás obsoleta del papel del cuerpo en la relación con el mundo: en sus imágenes, la fractura entre sujeto y paisaje es absoluta, como si el ciudadano no pudiese ser más que un espectador trascendente de un territorio que nunca llega a conquistar, con el que no establece una verdadera correlación. Quizás sus cuerpos enuncien el estar-en-el-mundo del hombre contemporáneo, cuya subjetividad es todavía la del yo trascendente que no puede más que asistir, asombrado, al espectáculo fenoménico de un mundo que no llega todavía a sentir como parte de sí mismo y que, por tanto, habita la ciudad como si de un entorno selvático e indómito se tratase.
Una interesante poética del habitante seguramente devaluada por lo conservador de su esteticismo, pero cargada de sugerencias y reflexiones sobre el paso del tiempo en los espacios que habitamos, y sus huellas sobre la memoria, las afecciones y el cuerpo.





Hay en su trabajo, todavía, cierto aroma a viejo romanticismo dieciochesco, el del burgués explorador que busca la mística de lo sublime en aquellos lugares que le resultan exóticos. Como una reformulación de La tempestad de Giorgione en el que la figura fuese una turista flirteando con el caos de los subsuelos de su propio mundo, sin buscar en ellos un orden o un sentido, en los que quizás aflore cierta concepción circense de los lugares dejados de la mano de Dios.
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